‘Cantores, actores, danzantes y bufones; poetas y oradores, gente experta en la memorización, ya que no dependían de las letras. Existían floristas y escenificadores, artesanos en la confección de vestidos ceremoniales, de joyas, plumería y telas (…), hombres que habían gozado de la aclamación de multitudes en las plazas públicas (…). Asombroso sería que no hubiera nacido un teatro con la llegada de los misioneros’, se detalla en la obra ‘Teatro Náhuatl’.

‘En un pueblito llamado Acolman’

A la sombra de las imponentes pirámides de Teotihuacan, en el estado de México, se levanta un pueblito llamado Acolman. Allá por las épocas de los tlatoanis, o emperadores mexicas, la gente de Acolman se dedicaba al comercio de los perros conocidos como xoloitzcuitle. Pero tras la conquista y como el resto de los pueblos vecinos de Tenochtitlan, su estilo de vida cambió radicalmente, y las tierras de este pueblo fueron entregadas, con todo y habitantes, al conquistador Pedro de Solís de los Monteros.

A este pintoresco lugar llegaron los franciscanos con su misión evangelizadora en 1528. Llegaron aún antes que los agustinos, a quienes se les debe el hermoso exConvento de San Agustín Acolman. La mayoría de los historiadores coinciden que fue aquí, bajo el auspicio de los franciscanos, donde surgieron las pastorelas, este carismático género teatral al que se le define como la representación de carácter festivo o alegre, que concluye con la adoración de los pastores al Niño Dios.

De hecho, se sabe que en este mismo lugar, el franciscano Fray Pedro de Gante festejó la Navidad al reunir a un grupo de indígenas y cantar un himno religioso, lo que más tarde se convertiría en las tradicionales ‘posadas’.

Otras versiones afirman que el origen de las pastorelas está en Cuernavaca, con la representación de ‘La comedia de los reyes’, justo en el atrio de la catedral, que por cierto es de hechura franciscana, por lo que el mérito de las pastorelas sigue siendo suyo. Aquí, en la que es conocida como la ciudad de la ‘eterna primavera’, las pastorelas siguen realizándose con el mismo entusiasmo de hace 470 años cada época decembrina.

Germán Viveros, en su ‘Estudios de Historia Novohispana’, explica que las pastorelas tenían una finalidad ‘didáctico-religiosa, que en esencia no pretendió ofrecer un espectáculo por sí mismo ni mucho menos con un propósito estético-literario’.

Los indígenas ‘intervenían fundamental y directamente en la creación teatral, como actores, músicos, danzantes o escenógrafos, además de ocuparse tal vez de la traducción, redacción o revisión de los textos en náhuatl, que resultaban imprescindibles para satisfacer la intención evangelizadora’.