Buscaban el agua y la comida para los soldados, construían barricadas para resguardarlos al anochecer, curaban a los enfermos, cargaban el armamento. Iban a pie a la vereda del camino, siguiendo a los batallones donde participaban los esposos, los padres, los hermanos, los amantes. Son las soldaderas de la Revolución Mexicana (1910), mejor conocidas como “las adelitas”, y participaron en todos los bandos que conformaron este movimiento armado: maderistas, zapatistas, villistas, carrancistas…

 

Muchas veces llevaron la peor parte de la guerra y algunos líderes nunca reconocieron su entrega a la causa. La mayoría de ellas son rostros anónimos y su drama apenas se perfila en los libros de historia. Sin embargo, algunas de ellas fueron inmortalizadas en los corridos, canciones de la época que compilaron las experiencias de la Revolución.

 

En estos corridos se retrató a sus líderes, se relataron acontecimientos y se plasmó la presencia femenina en los batallones, siempre fieles, valientes, alegres, abnegadas y hasta coquetas, con personalidad tan propia que inspiraba al resto de la agrupación. Incluso aún tenían el ánimo de bailar y hallar diversión en la clandestinidad.

 

Las fotografías del movimiento nos revelan su apariencia: vestidas casi siempre con sus enaguas o faldas largas, portando cananas y sombrero. Otras veces están prácticamente disfrazados de hombres, sólo sus ojos las delatan. Pocas veces aparecen sonriendo. Su mirada se había vuelto severa y desconfiada, sin embargo, se les ve preparando comida, resguardando a sus hijos en su rebozo, compartiendo la suerte de los soldados.  

 

Las “adelitas” o “soldaderas” también ocuparon papeles más estratégicos como espías, repartían propaganda o eran agentes de correo clandestinas. A pesar de ello, había privilegios a los que no podían acceder, por ejemplo, andar a caballo. Aun estando embarazadas, ellas debían seguir a la tropa caminando. Si su pareja fallecía, podían tomar su lugar en el batallón y era así como podían llegar a ocupar rangos militares. El mayor cargo para una mujer fue el de coronela, aunque casi en todas las tropas hubo una mujer que se distinguía por su liderazgo y era quien coordinaba al resto de las mujeres.

 

Sobre cuántas mujeres participaron en la Revolución, no hay cifras precisas. Hay que sumergirse en los archivos para conocer los nombres de estas valientes mujeres y los dramas que padecieron: Petra Guerrera, Hermila Galindo, Juana Belén Gutiérrez, Coronela Caritina…

 

Uno de los acontecimientos más tristes ocurrió en 1916, en la estación de Santa Rosalía en Camargo, Chihuahua, cuando Villa arrebató a los carrancistas la estación del tren. Noventa mujeres carrancistas fueron detenidas y una de ellas disparó contra Villa. Enfurecido, el “Centauro del Norte” exigió saber quién había disparado contra él. Como ninguna respondió, todas fueron fusiladas.

 

Las “adelitas” o soldaderas eran también parte del codiciado botín en los enfrentamientos entre los diversos grupos revolucionarios.

Se les buscaba para violarlas y mancillar así al enemigo. Así pues, estas mujeres valientes y leales no difieren mucho de lo que otras mujeres han sido en las guerras del mundo: consuelo y alivio, botín, soldados de menor categoría, carne de cañón. Pero también han sabido ser el rostro más bello de la valentía.